"Voy y no vuelvo. No porque quiera, sino porque la masa de átomos que es mi cuerpo es también lo que se desvanece. Te veré al pasar entre los vidrios rojos y lloraré con unos ojos amargos y mi boca endulzada de lo que quedará. Lo que queda es lo que se desea, la triste contemplación mental de lo que se deja. Incertidumbre.
Apretaré entonces todo lo tuyo y habrá una canción triste que me alegrara en la despedida, me despegaré por fin de la despedida y se alzará ante mí como la culpa. Y a la culpa le lanzaré un escupitajo en su rostro ausente. Y se habrá ido todo, se habrá silenciado el piso a cuadrillos.
Flamas rojas. Flamas ondulantes.
Me despido del negro neón que no brilla, de aquellas despegadas letras. Voy y no vuelvo.
Mi rostro despedazado se observa en los vidrios de los autobuses, algunas voces suenan en conjunto, cuerdas vocales trilladas se desgarran unas a otras. Pitazos y mi rostro incierto. No temas, que voy y vuelvo, tú no lo sabes, es por eso que no estoy triste: te veré en la estación de trenes, caminando por carriles de espera y tú estarás allí, con esa sonrisa que me dedicaste en Julio ¿recuerdas? y estarás leyendo aquel libro roto que me gustaba tanto, pero yo pasaré y tú estarás alegre de verme, porque he vuelto, pero no para quedarme.
Seguiré destiñendo mis ojos en puentes silenciosos, con esos tonos que me gustan tanto: aquellos tonos anaranjados que me hacen sonreír y sentir que por fin soy bella, que aquella brisa fría me trae la canción que cantamos esa vez. Y mi perfil estará pálido también, carente de ese sol que arde en la piel, pero no me importará y te veré allí entre la gente y me dará un poco de pena, pero sonreiré de crepúsculos, te extenderé mi mano y te disiparás para que yo vuelva con pasos rápidos a buscarte y te diga nuevamente que no volveré para leerte aquel poema triste, de aquel tonto libro roto".
Apretaré entonces todo lo tuyo y habrá una canción triste que me alegrara en la despedida, me despegaré por fin de la despedida y se alzará ante mí como la culpa. Y a la culpa le lanzaré un escupitajo en su rostro ausente. Y se habrá ido todo, se habrá silenciado el piso a cuadrillos.
Flamas rojas. Flamas ondulantes.
Me despido del negro neón que no brilla, de aquellas despegadas letras. Voy y no vuelvo.
Mi rostro despedazado se observa en los vidrios de los autobuses, algunas voces suenan en conjunto, cuerdas vocales trilladas se desgarran unas a otras. Pitazos y mi rostro incierto. No temas, que voy y vuelvo, tú no lo sabes, es por eso que no estoy triste: te veré en la estación de trenes, caminando por carriles de espera y tú estarás allí, con esa sonrisa que me dedicaste en Julio ¿recuerdas? y estarás leyendo aquel libro roto que me gustaba tanto, pero yo pasaré y tú estarás alegre de verme, porque he vuelto, pero no para quedarme.
Seguiré destiñendo mis ojos en puentes silenciosos, con esos tonos que me gustan tanto: aquellos tonos anaranjados que me hacen sonreír y sentir que por fin soy bella, que aquella brisa fría me trae la canción que cantamos esa vez. Y mi perfil estará pálido también, carente de ese sol que arde en la piel, pero no me importará y te veré allí entre la gente y me dará un poco de pena, pero sonreiré de crepúsculos, te extenderé mi mano y te disiparás para que yo vuelva con pasos rápidos a buscarte y te diga nuevamente que no volveré para leerte aquel poema triste, de aquel tonto libro roto".
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