
Mil millones de años luz de aquí estuve observando las casitas en praderas verdes con su ropa blanca tendida, ahogándose en el oleaje del viento. La luz se acaba y el cielo se desmaya entero para mostrarse intensamente en su paz, violetas, azules y naranjos.
Estoy vagando entre todas las posibilidades alternativas.
Curiosamente este pasaje de mi historia se repite a ratos, pero me gusta añorarlo. Navegando en la incertidumbre y haciendo cosas que sé que están mal. No quiero arrepentirme ni volver atrás.
Quiero ponerme al lado de la estufa con un té verde en la mano que huele a cosas extraviadas entre las piernas agigantadas del tiempo. El tiempo: ese sujeto alto y encorvado que corre de un lado para otro llevándose y armando escenarios como un maniaco.
Y quiero ponerme ese abrigo azul y salir a la calle, ahora que siento ésto como si se me fuera a salir por la garganta y esta es mi visión: la noche púrpura y el olor salino de la ciudad, las luces de neón que se mueren de a poco, rojas y verdes, en líneas interestelares que se topan con las cañerías que gotean y gotean y mojan las calles por las noches y el sonido de los autos como trompetas destartaladas y el sonido del viento como violines que rechinan calándome los huesos de pura calidez y las voces de las gentes con sus murmullos y sus gritos y sus risas, allá, a mil años luz, y el tiempo que se detiene a ratos entre los pasadizos secretos de la mente: todo como una mal noise, todo como lo más realista, tan realista que llega a ser hermoso, que llega a ser grotesco, que llega a ser un pasaje de alguna película de cine arte que se ha hecho mil veces.
No quiero decirme que -qué- está mal.
Y me vuelvo a sentir bien y los pájaros me bendicen con sus últimos cantos guturales, allí, escondidos entre un espacio-tiempo inalcanzable, entre un verde oscuro que me vuelve a recordar el polvo y el sol y recuerdo cuando fue la última vez que quise viajar a donde tenía una casita en el árbol y los pájaros cantaban toda la mañana y todos allí estaban viejos o muertos y sus casas aún tenían el olor de los gatos y del pescado y de las frutas maduras por el sol y la pena que me dio pudo tapar toda la bóveda celeste y el tiempo pasa una vez más alejándome de nuevo, alejándome.
Los perros ladran, es cierto y el cielo está púrpura otra vez y yo me siento así otra vez, quizás porque ya es Abril y quiero echarme de bruces en el pasto y sentir su olor fresco y añejo de frente y escuchar bluebirds y friends of mine y quiero volver a esperar lo desconocido con el aliento que se me acaba y esa presión celestial y demoniaca que me marea y que hace latir mi corazón a 110 kilómetros por hora.
Y otra vez diciendo ésto...? Sí.
Y quiero estar en una hamaca leyendo a Benedetti en alguna colina verde con dos árboles gordos y verdes también y también con ese olor y escuchando this springtime mil veces mientras más abajo los niños juegan y la ropa tendida vuela blanca al aire libre y las nubes se contraen y el cielo se sonroja con las cosquillas de los rayos del sol.
Las personas siguen caminando mientras yo duermo y no soy yo quién está ahora a mil millones de años luz.
Estoy vagando entre todas las posibilidades alternativas.
Curiosamente este pasaje de mi historia se repite a ratos, pero me gusta añorarlo. Navegando en la incertidumbre y haciendo cosas que sé que están mal. No quiero arrepentirme ni volver atrás.
Quiero ponerme al lado de la estufa con un té verde en la mano que huele a cosas extraviadas entre las piernas agigantadas del tiempo. El tiempo: ese sujeto alto y encorvado que corre de un lado para otro llevándose y armando escenarios como un maniaco.
Y quiero ponerme ese abrigo azul y salir a la calle, ahora que siento ésto como si se me fuera a salir por la garganta y esta es mi visión: la noche púrpura y el olor salino de la ciudad, las luces de neón que se mueren de a poco, rojas y verdes, en líneas interestelares que se topan con las cañerías que gotean y gotean y mojan las calles por las noches y el sonido de los autos como trompetas destartaladas y el sonido del viento como violines que rechinan calándome los huesos de pura calidez y las voces de las gentes con sus murmullos y sus gritos y sus risas, allá, a mil años luz, y el tiempo que se detiene a ratos entre los pasadizos secretos de la mente: todo como una mal noise, todo como lo más realista, tan realista que llega a ser hermoso, que llega a ser grotesco, que llega a ser un pasaje de alguna película de cine arte que se ha hecho mil veces.
No quiero decirme que -qué- está mal.
Y me vuelvo a sentir bien y los pájaros me bendicen con sus últimos cantos guturales, allí, escondidos entre un espacio-tiempo inalcanzable, entre un verde oscuro que me vuelve a recordar el polvo y el sol y recuerdo cuando fue la última vez que quise viajar a donde tenía una casita en el árbol y los pájaros cantaban toda la mañana y todos allí estaban viejos o muertos y sus casas aún tenían el olor de los gatos y del pescado y de las frutas maduras por el sol y la pena que me dio pudo tapar toda la bóveda celeste y el tiempo pasa una vez más alejándome de nuevo, alejándome.
Los perros ladran, es cierto y el cielo está púrpura otra vez y yo me siento así otra vez, quizás porque ya es Abril y quiero echarme de bruces en el pasto y sentir su olor fresco y añejo de frente y escuchar bluebirds y friends of mine y quiero volver a esperar lo desconocido con el aliento que se me acaba y esa presión celestial y demoniaca que me marea y que hace latir mi corazón a 110 kilómetros por hora.
Y otra vez diciendo ésto...? Sí.
Y quiero estar en una hamaca leyendo a Benedetti en alguna colina verde con dos árboles gordos y verdes también y también con ese olor y escuchando this springtime mil veces mientras más abajo los niños juegan y la ropa tendida vuela blanca al aire libre y las nubes se contraen y el cielo se sonroja con las cosquillas de los rayos del sol.
Las personas siguen caminando mientras yo duermo y no soy yo quién está ahora a mil millones de años luz.
-Esta es tu última oportunidad.
-Entonces déjame desperdiciarla de la mejor manera posible.
-Entonces déjame desperdiciarla de la mejor manera posible.
2 comentarios:
¡Hola!
Yo no sé si realmente estos paisajes existan... bueno... existen. Pero creo que lejos de preocuparme por su verdadera existencia en un plano físico o material o real, me enternece más la idea que estos paisajes, estas postales y estampas que cuentas en tus textos, son en verdad, o en realidad o en materialidad, reflejos de la belleza interior de una persona en este caso tú. Es trillado y quizá tramposo usar el sustantivo de "belleza interior"; lo bello de todo esto, son todos estos elementos que están presentes ahí, y que me conmueven al leer estas panorámicas y esos detalles de una ciudad.
En pocas palabras, todos esos conmovedores paisajes son tú.
Un texto bello, ahora comienzo a creer, es en sí mismo, una persona bella. El autor es su propio texto. El texto no manifiesta al autor ni lo expone, sino que lo revela.
¡Vivián, linda!, te estás revelando a través de lo escrito por ti, y, ¡vaya revelación! y por ello, esta vez agradezco especialmente tu entrada.
¡¡¡¡Muchas gracias!!!
P.D. Eliminé el comentario anterior porque creo no haber dicho lo necesario para expresar mi admiración.
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