martes, 26 de enero de 2010


Estoy pisando el cielo.


El tener vacaciones me regala la falta de sueño antes de dormir para soñar despierta, jugar a los rompecabezas temporales, las circunstancias y la concatenación de situaciones caprichosas con las que sólo puedo jugar y unir las piezas con elementos de la realidad. Me asusta a veces saborear sólo conceptos, saborear sólo la música. Hoy más que nunca la música es como esa realidad que se evapora agridulce.

Hoy, caminando por ahí, mientras se levantaba un poco ese aire frío que recuerda a algún nombre de algo, a algún número, creación nada más que humana y que me lleva a pensar en que no me alcanza la vida para llamar a todas las estrellas con una combinatoria numérica. Sintiendo finales cerca de mí o la locura real, me asusta todo, porque me lleva a querer abarcarlo todo y reírlo todo y también llorarlo.

El paraíso está allá afuera. Que el cielo se haya quebrado a pedazos no significa una imagen negativa, los pedazos del cielo están allí tirados y se pueden pisar fácilmente, el cielo puede estar bajo mis pies, esa sensación exquisita y olvidada a segundos. Si pudiera hacer todas las cosas y no depender numéricamente de mi vida, como una vida dividida en pedacitos dolorosos en nombres que llaman a gritos y a segundos y que evocan plácidamente los hormigueos entre la piel.

Por allá, en Concepción, vagan ángeles y pedazos de llanuras nubladas, espejos celestes. Cuando cierro los ojos una piel suave, un olor más ajeno y familiar, un segundo en que me parece que toda la concepción de lo que es, parte de un mismo punto en donde todo va y viene al mismo tiempo, ese golpe es como respirar el paraíso y nada más, no conozco nada más.

A veces me parece que el cielo es algo que se observa hacia atrás, como en una película, en un viaje en bus con la canción adecuada o mirar por la ventana en un viaje en tren, es como si se pudiera guardar en frasquitos mentales y destaparlos en momentos oportunos y limitados por las sensaciones multiples y a veces lo siento en el segundo como un golpe suave, como esa vez en que llovía realmente y la lluvia era acaramelada y la música y el perfume como así las hojas negras de humedad, refugiarnos, quizás besarnos o hablarnos, la eternidad se vuelve aburrida y la eternidad es como algo que sólo se puede prolongar en esos segundos enfrascados en claves simples, en esos pedacitos de Edén revueltos por la ciudad o bajo la cama o entre las sábanas.

Puedo asegurar que he visto muchos ángeles, escondidos entre libros, con el cabello revuelto bajo el otoño, el viento de Abril y ellos están ahí para no ser parte de nadie, al igual que el cielo. Puedo asegurar que hay ángeles escondidos en cuartos sin ventanas, pintura amarilla que es el color del cielo, el cielo es amarillo y el prado que corre junto a las carreteras en los ocasos también. Si me alcanzara la vida para llegar a las estrellas entonces viajaría no para llegar a algún lugar, si no para quedarme al lado de la carretera y secuestrar el último aliento del sol. Si me alcanzara la vida, no correría sobre los labios de los ángeles, me quedaría despierta para no volver a despedirme con pena de nada, para no subirme a una micro por última vez agitando la mano, para no decir las palabras equivocadas, pero no me alcanza, porque todos los días estoy inevitablemente más lejos.

Si pudiera hacer todo lo que quiero no me daría miedo decirlo todo ni me importaría tejer poesía en la lengua, jamás en hojas de papel, jamás en códigos tristes que se olvidan. Si pudiera impregnarme de vida intentaría saltar de cielo en cielo, no sólo para decirlo bajo lámparas, risas y compañías de cigarros y amistad, ya no diría nada, supongo, no habría nada que decir. Para mí es como si las palabras recrearan el cielo para caminar por él antes de dormir, cuando hace falta vivirlo.

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