Voy a leer tus fotografías amarillas, voy a extrañarte cuando tenga frío, como ahora y no pretenderé temerle al miedo que se acerca sigiloso. Me marearé cuando sienta una efervescencia de champaña en el cerebro, cuando sepa una y otra vez lo que he sabido siempre.
Voy a robarte un beso express, voy a recordar el sabor de la llanura inacabable del amor idealizado, el ruido inevitable del despertar de tus ojos, voy a no creer en más letras ni en ecos repetitivos de otoño por adelantado.
Voy a creer en que no necesito irme lejos para enrredarme en lo que debe ser. Voy a despertar y a sentir el temblor más suave y húmedo de tu boca entreabierta, voy a creer en que pasa por lo que fue, divagando entre temporadas ausentes y casi como si nunca hubiesen sucedido.
Respirar tiene sus consecuencias, desear morir y volver a la vida. Verbalizar y rogar, ahogarse y entregarse, huir despavorido, cantarle a la luna, rezar en momentos de calamidad, escribir malas noticias en un cuaderno bajo la cama, releer la vida propia, morir entre hojas añejas y resucitar entre tus besos.
El sol está muerto, no lo esperemos, quédate y vete rápido, por un segundo es un clima frío y templado, por un momento es una llama y ahora te estás quemando. Por un segundo creo no morirme jamás entre los últimos alientos de una pantalla inerte, por un segundo emito juramentos y se asoma la nota de piano que como aguja me taladra la garganta, una, dos veces, sus melodías son más tristes que las circunstancias irremediables. Pero no creo en nada de eso, ni en profesias que siempre han debido ser.
Nada más en que estoy de humor para ahogarme entre deseos moribundos, ayer, hoy y pasado mañana.
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