He caído en la decadencia de debatirme entre duendecitos internos -demonios internos es la descripción científica. Hoy me he sentido de tantas formas distintas sólo por roces, por palabras que resbalan desde los labios de otros o por fijarme en un chico que iba mirando por la ventana en el bus y riéndose solo. Estoy completamente convencida de que no puedo tener un caos en la cabeza de por vida, he de cambiar, un cambio de esos grandes como botar la basura de la pieza o cambiar de zapatillas favoritas. He de quedarme siempre en el mismo rol, pisar con cautela. Volviendo al chico, derrepente me dije: debe estar loco, pero no, me sentí idiotamente feliz pensando en que se estaba acordando de algo bacán en ese momento y sentí esa sensación, sí, sí, caóticos duendecitos internos, esa sensación de que nadie está más loco y ciego que aquellos que no se detienen en ningún lugar sólo porque se les antoja. Cuándo no he pensado yo que estoy loca, que me hago la vida difícil por enrrollar y desenrrollar mi cabeza, suena cliché, pero soy un cliché con patas. A veces cuando me levanto pienso que mi misión en la vida es escuchar a los demás y decirles algo que quieren oir, algo que sea eso que se busca detrás de las palabras y quizás por eso mi tendencia a querer buscar y buscar ese comfort, porque es una manía peor que esas de comerse las uñas. Cambiar siempre para mantenerse en la esencia, reinventarse a partir de la esencia. A veces cuando me levanto o cuando me ducho pienso que quizás sí esté loca, pero de esas locuras malas. Si pudiera desenrredar un tercio de la cuerda que ato con mil vueltas a las cosas simples quizás si pudiera alcanzar el estado que he buscado toda mi vida y que viene como un flash-back. Nunca se puede ser realmente feliz a menos que pueda recordarse esa felicidad, a menos que se pueda oler como una nostalgia de una tristeza alegre. Quizás sí, por eso sí esté loca, pero de las locuras malas, por que hace tanto que no disfruto de lo que es y de lo que simplemente es. Conformismo quizás. La felicidad es más sencilla que sentarse a llorar por un libro o porque la soledad es una mierda en la zapatilla de esas que no salen resfregándose la zapatilla en el pasto o como una mancha de chicle que nunca le he podido sacar a unos pantalones -recuerdo que nunca me había enojado más en mi vida- la soledad es puntos suspensivos, un amargor o cualquier ave de alas otoñales. No hay más caminos confusos como para confundirse, ni temores que no habrán de venir una vez al mes. Hoy es de esos días, denante leí una historia de una abuela y me dio pena, volví a pasar una tarde como si no tuviera que preocuparme de algo y me dio alegria, pero no puedo ser como un elástico. Si estuviera muda dejaría de sentir, si me olvidara de escribir entonces dejaría de desconcentrarme de respirar. Realmente no quiero más cosas que no necesitar de palabras para vaciarme o para envolverlo todo y complicarlo. No necesito más detalles incompletos. Si me detuviera a escribir de lo que siento cuando estás cerca, más cerca caería inevitablemente en lo dicho una y otra vez. Si tuviera un lugar también huiría sólo por miedo a salir de allí naturalmente. Bien, no me caracterizo por ser valiente ni por tener algo claro, si vuelvo a construir derrumbes sobre conclusiones inexpresivas entonces podría morir de nuevo cualquier mes de este largo invierno, si sigo olvidando cómo se siente que estés cerca, más cerca, si sigo olvidando cómo es que pueda hablar con alguien que pueda responderme, llenando, complementando, haciéndome pisar de nuevo ese lado B de la experiencia de sentirse vivo, entonces no podré seguir esperando, a qué podría esperar más que a terminar de perder, y es que siempre se está perdiendo de algún modo. Qué será que nunca me he olvidado de esperar a ganar perdiendo.
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