lunes, 27 de septiembre de 2010

Con 22 años y algo así como un mes y 27 días puedo asegurar que las coincidencias no existen. Apróximadamente hace 4 años la música indie y las letras rebuscadas guiadas por el sentido de la cinematográfia y el color suave del retro me llevaron a la incesante búsqueda del misterio de lo atmosférico. Siendo jóven, imaginé un promedio de 458 imágenes con cámara oculta implícita diarias. Aseguré la omnipresencia de la deidad de los desolados, el camino más que oculto e inevitable, me refugié de la lluvia por lo menos 63 veces del año bajo un paradero y observé las gotas caer un promedio de 10 minutos por tarde. Escuché algo más de 50 veces a los smashing pumpkings, otras 360 veces hooverphonic y 900 veces canciones de mi primera experiencia soñadora a distancia y enamoramiento de ilusión óptica con cámara mental incluida. Así también aseguré un encuentro de librería, de bus, de ciudad, aseguré la caída de ángeles, miré las hojas caer, luego los pétalos de los duraznos, de los ciruelos, más tarde las estrellas y el mundo se volvió sepia por primera vez, blanco y negro y finalmente: crudo. Tomé un bus sin regreso, no volví a caminar por la ciudad ni confié en los libros. Me emborracé por lo menos cuatro veces por semana durante un periodo de tres meses, derramé 297 lágrimas, fumé alrededor de 60 cajetillas. escribí tres páginas cada noche, creí volverme loca 32 veces y escuché 5 horas diarias música desde mi mp3. La creencia siguió tomando rumbo sin límites con locura, sin destino hacia la cadena invisible de lo inevitable (en mi pensamiento) la música tuvo significados para volver a reinventarse como si el mundo no tuviese ya bastantes desmayos. Nuevamente, el otoño me trajo la confirmación de una búsqueda delirante por pisar el Edén (de nuevo). Así pasaron otros 373 días con un aumento significativo en el consumo de tabaco, consumo de la realidad y producción desbordante de ilusiónes varias, escenas mentales y físicas -si bien mantuvieron el mismo tópico fluyeron hacia finales diferentes entre imágen mental y física. Hace por lo menos 11 días creí por última vez en las coincidencias, en lo inevitable, en las fuerzas que despojan de los bienes a causa del balance misterioso y en la deidad de los desolados. A mis 22 años, 1 mes y 27 días puedo asegurar que las coincidencias no existen. Tampoco existen las fuerzas igualadoras, ni castigadoras, tampoco existieron encuentros de ningún tipo ni en librerias ni discoteques ni ciudades penquistas, ni puertas aleatorias. No existieron ni los libros, ni las historias bohemias ni las flores desperdigadas ni existió la realidad tal cual. Puedo asegurar, que no existen ni coincidencias ni destino ni justicia, sólo existen desiciones, caminos, perseverancias entre personas perdidas que buscan y derrepente se encuentran de tanto buscar semejantes y de pura casualidad se encuentran. Sólo existen vagabundos vacíos y vagabundos repletos, colmados, ajustados a normas y los no ajustados. No existe el ir en contra de algo, no hay nada de lo que ir en contra, prender un cigarro o no prenderlo en el mismo lugar es Pávlov, así como lo es rememorar, sentir hambre o incluso el vacío que concurre al aroma húmedo de la lluvia. Dejarse o no dejarse, irse por este camino o el otro. A mis 22 años lo sé, pero aún así prefiero el comfort de mi música de vuelta a casa y la caminata por Concepción que me di hoy, el aire helado, y ese no sé qué de esa tristeza tenue que aún decifrada, mantiene los mismos misterios inmaduros. Y así van a caer otra vez los pétalos de los duraznos, de los cerezos, las cajetillas diarias, la música del mp3, las lágrimas fortuitas, los ocasos, el sol sepia, desvelo, color crudo, búsqueda, aire de Abril, caída de (...)

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