domingo, 26 de septiembre de 2010


Dentro de estas habituales cuatro paredes la lluvia choca despacito, ella vino a decirlo todo por mí. No me queda amor este domingo, mi corazón no entra en más actividad que cuando por accidente te dejas caer en escenas entrecortadas, primero ruidos, colores, lugares monocromáticos y mudos, de un momento a otro la sal del mar. No hay más ruidos que la voz de mi radio mientras me pongo a pintar alguna cosa sin mucho sentido, el aroma reconfortante del óleo, el también habitual cigarro de mi madre, las mismas cosas: su juventud, la casa hipotecada, mi abuela mirando a la lluvia por la ventana me produce una sensación misteriosa en la que prefiero no ahondar cuando comienzo a sentir esa llama en la garganta, mientras la televisión nos distrae para parecer una mala película de cine arte. Cinco minutos después otro cigarro, mis planes de futuro, esos absurdos planes de futuro sin pies ni cabeza, imaginarios, hiperbólicos, imposibles, hablar de otras personas también del pasado, frase cliché, la programación no está muy buena hoy el alivio superficial de las mentiras. El amor y odio a las mentiras. Sueño despierta y las imágenes se presentan como un alivio que intenta trazar caminos, el impulso maniático y después el bajón, la lluvia reanuda. El misterio de las cadenas estimulantes, mi estómago es un pozo seco lleno de ecos y después la tranquilidad, mi corazón se cansa de producir impulsos que no llegan al presente ni al futuro y se resigna a quedarse en su lugar, callado como debe estar. Más tarde un suspiro y el plan b de la noche, pensar en mañana, levantarse y ponerse un casco. Antes de dormir una amarga risa a salud de la tragicomedia y una pequeña parte segura de que no estoy entrando a ninguna parte, sino saliendo lentamente y viendo de forma borrosa, pero ya con los ojos abiertos. Y una sincera y pequeña primera sonrisa.

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