estuvo bien el vino y el fresco de la tarde, el viento terrible de febrero, las gaviotas paseándose entre las corrientes de aire, silenciosas y oscuras.
fue bacán volver a irme en camino a san martín, al paradero, justo cuando está casi de noche y el azul marino se extiende por los edificios y calles. escuché esta canción y dejé pasar un par de micros para no cortar el momento. me miré en el reflejo del edificio que da al frente del paradero y me sentí tranquila, a pesar de que las calles estaban tan vacías como para hacer resurgir la vieja nebulosa del alma, tan cambiante y cálida.
me encontré contigo y no nos dijimos nada.
quizás quién serás.
pero tampoco me importa preguntarme por el devenir, ya que nunca deviene nada, solo la contemplación infinita de los días, el impulso generoso de mi voz hacia el camino de otros. y yo me veo tal cual como en el reflejo y tal cual como la armónica de la canción, pero me importa y a veces no me importa.
la micro estaba igual que siempre, la gente enlatada, los celulares con música a todo volumen, el micrero con cara de pocos amigos, me palmeteó el brazo antes de que me fuera a sentar, exigiéndome treinta pesos más porque la tarifa había subido:
-lo siento -le dije- las vacaciones. le paso cincuenta y me devuelve los veinte?
me senté otra vez al final, con esperanzas de aislarme del bombardeo de la realidad, le puse replay a la canción e intenté abrazar los últimos residuos de aquel momento. pero ya se había ido, se había escondido nuevamente en las esquinas de la ciudad, esperando por mí, y quizás vuelva en abril, en otoño o cuando muera febrero quizás.
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