
Anoche soñé contigo. Andaba en unas calles medio parisinas por que eran grises, de ese tipo de calles que me imagino cuando vuelvo a leer Rayuela. Para variar el cielo estaba vestido de gris y me metí en una galería para resguardarme del frío y entonces nos encontrábamos desde la nada en el andén azul, muy azul y la luz azul te golpeaba en la cara sin dificultarme el dibujo de tus rasgos. Tenías una sonrisa. Nos echamos en los asientos del tren y conversamos de muchas cosas, luego te despediste con un beso y otra sonrisa. La chica que no conocía también. Ella descendió desde la nada desde un carrito de flores y sobre ella volaban algunas estrellas de color rojo y naranjo. Me di la vuelta y corrí hasta cansarme y volví a ese lugar al que siempre vuelvo en los sueños que es como un puente, luego una pequeña población de caleta y luego el mar, que siempre me está esperando con su ficticio y evocado olor a sal. Entonces volví a pensarte y a sentirme triste, porque siempre en los sueños me siento así de triste, con ese soplo helado semejante al viento que corre en el mar. El sueño terminó en lo mismo, las olas que me llegaban a la cintura y el atardecer como una conjunción magnífica y misteriosa de colores rojos y una bola de fuego, una última estrella que me diera calor antes de abrir los ojos y pensar una vez más en el significado de que las respuestas las encuentre sólo soñando.
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