sábado, 26 de septiembre de 2009

satélite

El café muy cargado me da taquicardia, de pronto ya no siento el deseo de dormir ni de echarme sobre el pasto a disfrutar de la brisa verde. Sólo de huir de la nada, de ese afán esquizofrénico de huir de situaciones mentales, recreaciones a todo color y con banda sonora incluida. Las palabras a uno a veces le pegan la cachetada, otras veces es el maldito tiempo, pero algo siempre tiene que venir a pegar una cachetada con la mano invisible del sistema límbico y el sistema de probabilidades que imposibilitan de alegría a todo ser que comienza a abrazarse de alguna cosa terrenal. Cómo querría que el tiempo de hoy no estuviera tan bueno para que me dieran ganas de escuchar algo triste y gris. Sigo matándome con los cigarrillos, ahora, sentada en el paradero un tipejo va a quitarme el cigarrillo que acabo de encender. No me importa, prendo otro. No puedo evitar permanecer en piloto automático cuando no sé cómo llevar las riendas de la situación interna, maldita mala climatización de mis estados de ánimo y mi egomanía por supuesto, que siempre interfiere en todos mis viajes interestelares imaginarios en los que por fin logro hacer algo bien. El tipejo le comienza a dar de golpes a un bus porque no lo quieren llevar a tarifa rebajada, está medio volao, el chofer se para y se sienta desde su puesto amenazándolo. Me da asco su boca en la que tiene un sobrante de saliva seca, le digo que se deje el cigarrillo, pero no se molesta en preguntármelo y se lo lleva. Ahora me da rabia, casi siempre viene algún maldito imbécil a quitarme un cigarrillo cuando me da algo de recelo decir que no quiero, que se vayan a la mierda con la petición. Pero este paradero luce solitario y son como las nueve –intuyo- yo siento ese dolor perpetuo y viejo, como ese algo que se quebró por algún lugar desconocido haciendo trash! y los pedazos se caen como hasta la altura de mi estómago en donde me duele más ese frío cristalizado y apaleado. Tercer cigarrillo –aunque el primero no cuenta, murió a labios del tipejo violento- acaricio en mi mente las múltiples posibilidades de mi animalidad o de mi deja vú autoconstruido. Mala cosa. Andar por ahí tratando de adivinar el futuro a través de una palabra que se te salió de la nada. Malditas situaciones hipotéticas.
Y ahora estoy en el momento en el que ya me he ido y en el que comienzo a acariciar la posibilidad de volver corriendo a pedir el secreto del más secreto universo, ese de adentro, ese de las estrellas que se quebraron de tanto hielo, ese en el que un perfume se queda como una estela y la espera, la espera, la espera multiforme de carretera, de línea férrea, de crepúsculo naranjo, de summertime, de wintertime (…) y todos esos dolores que se resbalan entre las venas en muting, me descascaro y siento esa ansiedad que produce la melancolía y el café cargado y los cigarrillos fuertes. ¡Ah! Dulce de ti, cariño, la incertidumbre me corta todos los puentes que trato de alcanzar: si la despedida es agria es porque siempre estoy ahí huyendo de todo, de todo mi revoltijo ectoplasmático. Ya, ahí estoy mirando hacia la calle, como un desastre bípedo, las culebras de neón pasan con un zum mientras hago como que estoy absorta en trabajar literatura para los caídos.
A ver si tanta locura nos lleva al cielo.

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