Las estrellas se vuelven pedazos lejanos de piedra fría cuando el tren que espero no llega nunca.
El sol es como una piedra amarilla más en el cielo que no se aburre de estar siempre en el mismo lugar.
La primavera me da más alergia, los rayos del sol calientan menos los huesos, el amor se ve como una pegoteada masa homogénea de carne o como algo que siempre voy a encontrar sólo en los diccionarios o en las películas del HBO, las mañanas llegan por la sentencia tiránica del tiempo y la comida tiene sabor a comida, el aire tiene sabor a aire, las canciones sirven para entretenerse un rato y los recuerdos son algo que me da flojera revolver o exprimir para sacar alguna gota de ensueño o de irrealidad poco defectuosa por su suavidad.
Tengo que dormir porque estoy cansada, tengo que leer para no pensar en algo y no sueño por las noches.
Tengo que salir para disolver un rato el palpitante ciego dolor que tengo entre los pulmones y al que no tomo mayor importancia hasta que me comienza afixiar, el corazón me late a ritmo normal y no me dan ganas de limpiar mi pieza ni de ducharme ni de escuchar música ni de planear mis fines de semana ni nada y todo me da paja.
El Quijote nunca fue más imbécil y las cosas vuelven a tener la misma lógica de siempre.
A falta de sorpresas y sobresaltos me queda mejor verlo todo como algo que es y eso, nada que pueda transformar o sobre lo que pueda escribir una novela maravillosa o escuchar canciones y sentir dulces murmullos en la panza ni sobre lo que pueda pensar antes de acostarme y dormirme luego de un suspiro.
Y siempre decido en este momento que me iré por el otro camino.
Y así otra vez lo mismo.
Es la historia de mi vida.
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