martes, 13 de octubre de 2009



Feriado. Hasta me costó levantarme o darme la ducha matutina o comerme toda la tortilla de acelga. Hasta me costó acordarme de que tengo corazón o pulmones o echar alguna bola en el pool o como de costumbre contar una de las muchas cosas que me trituraban algún recoveco de alguna cosa invisible que me hace dar saltos el corazón cuando siento de algún modo. La micro que no pasa nunca los feriados y la nulidad absoluta de presencia humana en las calles de Concepción. El mucho viento, la feria de las pulgas, el cachorrito pitbull de ojos rosaditos y que batía la cola delgada y pequeña que me quedé mirando media hora en la pinacoteca. Las muchas ganas de vagar hasta que el mundo se acabará porque la tonalidad del día era perfecta y el aire perfecto, las risas de los amigos, la mucha incertidumbre y las muchas ganas de comer galletas, pero todos los kioskos cerrados. Y después de todo me quedaba un cigarro más en el bolsillo, la esperanza de que algún día tendré la compañia perfecta para caminar por todo el puente de San Pedro y para viajar en tren en primavera o de que pronto iré al mar y de que pronto vendrá el verano y los viajes y un par de sueños y otras incertidumbres para desenrrollar camino a casa, en el bus, con el sol pegándome en la cara, en el último asiento y con algún hormigueo, alguna tristeza que estuvo ausente durante todo el día y que vino a recordarme de su existencia con la última sonrisa del sol.


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