De pronto pasó la lluvia y el frío.
Acabo de darme cuenta de que otra vez estoy mirando al amanecer. Me pregunto cuando volveré a saber lo que es dormir. Aún me queda un rastro del whiskey que compartí con mi hermano y me duele la cabeza con los cigarros. Me pregunto si en un rato pensaré en que tengo algo por lo que quiera levantarme o algún otro pasatiempo favorito aparte del coma autoinducido por el exceso de comida o de cerveza.
Aparte de tener un par de kilos menos no hay mucho cambio en mí, quizás tengo el pelo más alborotado que de costumbre, un par de ojeras notorias o al menos eso pienso cuando me miro al espejo.
El tiempo pasa como si nada, porque al tiempo no le importa nada, así que podría dejar de comenzar a importarme, el tiempo pasa con su crueldad habitual y esos son sus asuntos. También podría dejar de importarme el clima o el amanecer o esta ya conocida (y reconocida) hemorragia en mi sistema límbico, que ya de tanto presionarme las costillas me está dejando sin aliento.
Aunque parece que va a ser un día con sol hay un par de nubes moradas merodeando por ahí. Qué será que todos los amaneceres me hacen sentir llena de algo, de una cosquilla ausente o un aliento gélido. Es como ahondarse en lo que sólo habita en el sueño. Y me dan ganas de estar en cualquier parte menos aquí, atrás de los vidrios de la ventana -sucia y con unas marcas de lapíz de cera- con este sentimiento -o no sentimiento- que está atrapando algo más de mí además de venas y todas esas cosas.
Quizás algún día vuelva a soñar de un modo en que no sea despierta. O quizás algún día vuelva a encontrar mi almohada comoda o a las sábanas acogedoras. O quizás algún día deje de leer tantos libros para que se me quiten los dolores de cabeza. O quizás algún día me levante y por suerte descubra que la noche anterior no me quedé mirando al amanecer y que puedo respirar libremente sin la jodida sensación de que tengo una nebulosa gris que crece tragándose todo adentro de mi estómago.
Lo cierto es que el juego de rutina recién comienza y aunque me he puesto el casco y el chaleco antibalas, nada une el uso de razón con la sangre caliente -y a los suspiros. Parece como si estuviese a años luz de mis sentimientos del domingo o a años luz de mis resoluciones de la madrugada de ayer. Parece que estuviese a años luz de haber tenido esa caricia suave y roja, o a años luz de todas las palabras que significaron algo y que se escaparon derrepente, hacia las estrellas o hacia los trenes o hacia mi cuaderno garrapateado o hacia el cielo -a donde pertenecían.
Pero aún todo anda dando vueltas por aquí. Si no fuese así, no conocería tanto amanecer día tras día.
Más cierto aún es que mañana -o más rato- volveré a suspirar como si se me fuese la vida en ello y volveré a soñar con alguno que otro final -triste o feliz, pero un final al fin y al cabo.
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