Siendo sequía de letras, sorpresas como medias lunas invernales, parpadeando entre nubes rojizas, parpadeando derrepente llueve, derrepente se puede reir o no, dependiendo. Siendo sequía, estos tiempos mojados, estos tiempos de escuchar Elliot Smith en la micro, estos tiempos de querer mucho, es decir, decir mucho. Decir, describir todo. Tiempos de sequía de todo, de palabras, de momentos para escucharlas. Quizás quiero decir mucho. Para los ociosos como yo, para los nostálgicos de lo que no se ha vivido -y de lo que se cree haber vivido-, trajinar entre cachibaches del recuerdo es como coser en el alma, una punzada un respiro hondo, profundo, tan profundo, una punzada, un respiro hondo, hondo...
Puedo ser un viajante, me acomoda ser un viajante.
Ser un viajante de cachibaches, pequeñas locuras en unos días simples, pequeñas dulces rutinas, no llueven las sorpresas, pero las esquinas bajo los postes de luz con su luz amarillenta resultan acogedoras. Me dan ganas de decir mucho, me dan ganas de encontrar mucho. Sobre todo bajo todo. Para escribir hacen falta ándenes en el corazón, trenes que partan cuando el corazón palpita y lleguen hasta la punta de los pies. Un viajante necesita de besar sin la necesidad de volver a poner los pies en la tierra, pero siempre necesita de volver al beso sin tocarlo.
Volver.
Las hojas siempre caen y son siempre hermosas, la música está ahí.
Para esas horas el viaje es siempre de ida, siempre.
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