me acordé de que hace unos meses me senté en una banquita en conce en la mañana y se puso a cantar al lado un pájaro de esos que hacen tiu tiu tiii(8) (no tengo idea de cómo se llaman). igual ahí ya no me sentí tan mala persona. debió ser un efecto de tanto cuento de disney que ve por la tele uno cuando es chico o quizás otra cosa.
me acuerdo de que mi abuela siempre le ponía nombres de pájaros a sus pocos nietos, así sobrenombres como chincol por ejemplo. me acuerdo que una vez me dijo así. el otro día estaba sola y fui a su living que ahora ya no está como ella lo tenía, porque ahora es una oficina y su pieza una torre de muebles que deben regalarse por herencia. pero ya no están esas cosas, por ejemplo, ya no está esa piraña disecada con la que me infundía miedo, me decía que las pirañas saltaban a los barcos de la gente en brasil listas para morder. tampoco estaba esa alfombra con el zorro, cuando era más chica siempre iba a imaginarme en esa escena e inventaba cada weá, como que iba en un barco por el río que se mostraba en el paisaje y pescaba. me gustaba esa alfombra o los platos pintados con un velero que había en la ventana en ese rinconcito que servía ideal para la escondida o para saltarme el almuerzo, eso era lo que más me gustaba.
lo que sí estaba era su eterno tocador con los perfumes todavía, con las desteñidas pegatinas de girasol, esos cosmeticos que ya no usaba el último tiempo, la colonia inglesa, el jovan musk o el angel face. no quise destaparlos, debe ser por la sensación agridulce de los recuerdos o los remordimientos. había unos onduladores para el pelo de hace como diez años atrás, de lo que nunca entendí la misteriosa utilidad.
recordé igual las palabras de ese día, me pareció que ninguna calzaba con ella. me acordé de lo de siempre, de las veces en las que nunca fui a tomar once con ella o del último postre que me preparó. me parece que ninguna palabra calza con ella, que pueda enmarcarla en su pieza de eterno color verde agua con esa madera que no sé cómo nunca se echó a perder, cuando se ponía la camisa para dormir y me hablaba desde la otra cama y me acuerdo que me gustaba caleta escucharla roncar suavecito, porque eso me ayudaba a dormir y era la señal para sacarle los libros escondidos que tenía de mi tata en que salían dibujos del espacio y ese tipo de cosas o cuando me iba a meter a su cama por la noche cuando estaba cagá de miedo y me retaba por ser tan gallina. pensar que tenía doce años y todavía tenía esa costumbre tan pendeja y pensar que con el tiempo ya nunca más le tuve miedo a la oscuridad.
quizás no he sido muy religiosa en la vida, pero me es difícil imaginarla en otro lugar que no sea en ese pacífico y viejo azul.
debe ser por eso que los pájaros por la mañana no me hacen sentir tan mala persona.
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