miércoles, 7 de marzo de 2012

techo.

debería confabularse el mundo
para que pudiésemos sentir nuestras manos entrelazándose
tus suaves caricias
(mi corazón se salta varios latidos entre la confusión de la comprensión inabarcable
el contacto trémulo)
para que pudiésemos sentir nuestras voces resonando calladamente frente a la inmensidad de lo construido por manos que nada tienen que ver con nosotros
locos por comunicarnos la esencia del contacto entre la vida y el alma.

pertenecemos a los otoños, al cielo, a las luces naranjas de la noche
a la percepción primera y pura
tan tímida, escondida entre el amarillo del atardecer

o quizás lo hacemos pertenecer todo a nuestras propias palabras
nacidas del lenguaje primitivo
un lenguaje que solo nosotros podemos oír
y aquellos secretos de nuestro encuentro trascendental que ocultan los ocasos.

y qué es el cielo ante la eterna magnificencia de tu mirada?
tan profunda, que extiende sus manos hacia mi alma
y la abraza desatando el dulce caos en el que me regocijo

y alcanzo a encontrar una pregunta que abarca la transfiguración constante de la belleza
que se duerme tranquila entre todas las calles en las que sujetamos nuestros ojos
(desentrañándonos, añorándonos, gritándonos mudamente de contento)
y se pierde y así la sigo persiguiendo, en la tibieza de tus manos, en las que sé que volveré a olvidar

y tu voz suave que se posa en mi esencia, inspirando recuerdos que hemos vivido quizás en otro tiempo que escudriámos entre el misterio
que juega y ríe con nosotros y se vuelve a esconder, llamándonos
a nosotros, que lo sabemos

eres la inocente evidencia de que nuestros pasos han resonado entre la soledad de la ciudad
nuestros pasos se han seguido tácitamente, intentando unir nuestras voces para crear el significado mismo de la unión, para redescubrir la sustancia del espíritu
para que el abismo complejo de la trascendencia nos reciba en sus brazos y sonría ante nuestra curiosidad
sorprendiéndonos entre las mañanas melancólicas y luminosas, el sonido de las vías del tren
entre la caída de las hojas, entre el sonido de la lluvia rebotando tenuemente en la ventana
y la memoria infinita de mi mirada prendida a la tuya, de tu mirada durmiéndose tranquila en mi alma.

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