hemos caído dentro de la redonda noche que violácea y roja se extiende, mojada y riéndose de nuestra incertidumbre. y allí es cuando comienzo a dejar que mis brazos se entibien con tu voz de lenta belleza, el quiebre exacto, el susurro predecible y amado o tan solo alguna expresión que se resbala desde tus labios, tocándome, ocultándome el principio de los secretos.
nos hemos encontrado en la prolongación de cuanto evocamos, nos hemos encontrado, antes perdidos y seguros, ante la revelación mínima de los edificios reflejando el sol cansado, la misma voz de los pájaros, la misma secuencia de cuerdas en aquellas canciones.
te encuentro. te encuentro cuando el beso es el único sonido digno de ser escuchado entre la noche, cuando se resbala una caricia por los lunares en tus hombros, te encuentro cuando allí estás, abrazado por el cielo mientras las hojas, ya amarillas, tienen sentido gracias al juego de tu sonrisa y de tus ojos. te encuentro y te pierdo, te delineo, alcanzo a conceptualizar tu trascendencia, en una caricia fugaz para luego olvidarlo todo y presentirte frente a mí, en el juego eterno de la verdad, de dios, del abrazo de nuestras palabras y deseos. y nosotros nos divertimos, como jugando a llegar a lo más profundo, tanteando el borde mismo del alma, hacia la dulce irreversibilidad de cada beso, aproximándonos a la materia tibia.
y abro los ojos, te encuentro. el cobijo de tu cuello y aquel, tu aroma que se oculta y aparece para agitarme el alma, para precipitarme a los suburbios de tus labios, mientras tus ojos se entrecierran encerrándome allí, para quedarme contigo casi sin saberte, casi presintiendote por completo. y la incertidumbre es nuestro camino único y verdadero para tocar a segundos la forma del cielo, del amor, de la certeza.
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