el sol sonríe en aquel lugar de tu piel, en las tardes en que te encuentro, un momento para poder cerrar los ojos, hacer hervir mis venas con el frío de los días que mueren por esta época. para hacer un recuento incompleto, evocando las luces de los automóviles bailando en el piso, gritan mientras el silencio se pasea por tus ojos, se resbala por tus labios, cuando ningún ruido puede entrar en mis oídos más que la búsqueda de tu silueta.
sí. el tren sigue corriendo de aquí, mi hogar hasta el centro del tuyo. las ruedas llevan mi sombra que se reencarna en el desvelo, se reencarna doliente o el ruido lejano del agua imaginado en tu ventana, porque a tu ventana solo llegan los ríos de mi alma, abrazándote mientras la penumbra te silba una melodía muy dulce. si pudieses responderme entre las piedras negras que sentimos en el aire, antes de dormir, que nos alumbran a momentos en las visiones vertiginosas que las sábanas nos pronostican, sí. si pudieses responderme.
y extenderte como un sol se tumba sobre nuestros rostros en el día más largo de un verano, ya no fabricaría más tu voz entre la soledad de los primeros pájaros del alba, ni en la lluvia ámbar de tu ausencia, no. me invitarían tus ojos de profundo otoño translúcido a dormir sobre los recuerdos, mientras sueño con el sabor de tu respiración tranquila, con el desierto secreto y suave de tu piel.
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