domingo, 21 de diciembre de 2008

Adelantar en la curva.

Más de una vez me ha sucedido que el paisaje que pasa como una larga culebra por la ventanilla del auto cambia de tonos de acuerdo a la música del pendrive. Sentada atrás otra vez con mi vieja táctica para evadir posibles preguntas o diálogos: no hablar, no me hablen, no hablarme a mí misma. El silencio me viene bien cuando hace frío y calor al mismo tiempo y con la misma intensidad.
Una vieja ESSO y yo con los audífonos y un helado derritiéndose por mi mano. Me terminé de leer un libro que comencé hace un año. Más allá me siento como una adulta sin experiencia. Cuando yo era adolescente, hace unos meses atrás, tenía la quemante necesidad de decirle a alguien todo lo que me sucedía y parece que ahora no puedo, pero no me siento ni incómoda ni infeliz, esa es una posible respuesta.
-Me parece bien la plaza de este pueblito.
-¿Porqué? Es horrible, el pasto está seco.
-No sé. A mí me parece bien.
Maldita manía de no saber qué responder mientras en mi mente se formula la misma situación con un nuevo universo de respuestas:
-Me parece bien la plaza de este pueblito.
-¿Porqué? Es horrible, el pasto está seco.
-Me parece agradable, es naturalmente aborrecible porque no es como las plazas de una ciudad grande que tienen jardineros que las arreglan. Esta es naturalmente bonita con sus piedras blancas y su pasto seco y su catedral a medio morir.
Pero parece que aún no estoy en el mundo de los adultos. Por eso me callo a veces.
En mi cabeza se dibujan las ansias de tener en mis manos la belleza de la vida.
Ayer me dijeron que nunca me he enamorado, pero yo creo saber lo que es el amor: el amor es reinvención, el amor es la pérdida del control, la ruptura del conocimiento, el amor es inevitablemente un nuevo camino y la cicatriz del amor es el pensamiento que lleva a la desesperanza, como un creyente que pierde la fe en Dios luego de optar por la ciencia.

Pero yo no tengo desesperanza. La esperanza sólo acelera las cosas y todo se mueve tan lento que alcanzo a ver cuales son las cosas que configuran la belleza. Tal vez he estado soñando mucho despierta, las calles están amarillas y desérticas porque es verano, un anciano con la piel oscurecida por el sol se apoya en la reja de su casa, los niños juegan descalzos en la cancha de fútbol, las chicas pasan de a pares con los hombros sudorosos al descubierto y un chico apoya la espalda en un árbol sosteniendo una vieja bicicleta en las rodillas con una botella de coca-cola que compró en el almacén. No hay ruidos, sólo el de mi corazón que late ciento setenta y cinco veces mientras mis neuronas me dan un golpe visual y sensorial, con la vainilla del helado corriéndome por la mano y la piel roja a causa del sol de media tarde, en mis oídos entra el paisaje rápido al compás de la música y sonrio sin tristeza, sin alegria, sin conformismo.

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