Diablos no me di cuenta de nada y Diciembre ya está por terminar. De pronto se apelotonaron las fiestas de fin de año y no me quedó tiempo de hacer un listado de cosas para ordenarme un poco. Parece que mi cabeza se cae por la escalera dando vueltas es espiral. Más sorpresas hoy, me siento cuáticamente bien. En realidad la navidad me importa un carajo, me siento leeejos, bien lejos de todo, como a mil quinientos cuarenta y seis coma cinco millones de kilómetros de distancia de mí, de todo, de ellos, de ti, de tú, de allá, de acá, especialmente de mí.
Es paradójico, no me pregunten porqué, pero es paradójico.
Ayer envié en el tren de media noche una canción que nunca sabré hacia dónde alcanzó a llegar. Cada vez que converso con la gente la encuentro más etérea, cosas muy extrañas se están revelando o tal vez es la conjunción sentimental de final de año. Yo me dedico a recapitular porque si que me gusta hacer eso, recapitular. Febrero es el mes más melancólico del año por la inminente recapitulación y conclusión de algo. Enero es el que tiene más sabor a coca-cola, arena de playa en los ojos y a música de radio. Qué tal si me reinvento de nuevo, qué tal si detengo el proceso de extrañamiento que llevo a cabo conmigo misma, tal vez me vuelva a acercar a todo otra vez de golpe, como un meteorito que choca precipitadamente con la tierra para incrustarse sin permiso de nadie en tierra de nadie y de todos.
Por alguna razón tengo ansias del mes venidero, ¿más sorpresas? tal vez me sorprenda una vez más de lo que puede llegar a producir mi sistema límbico, tal vez sude de emoción. Qué diferente estás, Bibiana, que parecida estás, a qué nunca has cambiado y no cambiado tanto a la vez.
Tal vez, tal vez y tales veces, etcétera.
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