viernes, 17 de abril de 2009

Algo de algo.



La cosa es tratar de ascender en vertical, hasta donde espera la luz amarilla. En las calles de Concepción la gente me pide plata y se me caen las hojas también amarillas -y secas- en la cabeza. Abril se termina dejando su aliento frío en el aire.
-Oye shiquilla, me dai una monea'? -escucho por décima vez.
-Sorry, pero tengo pa'l puro pasaje..
-Ah... güeno.
Y de pronto me doy cuenta de que en realidad las calles están sucias y que ahí está ese vagabundo loco que siempre trata de pegarle a las minas que pasan por ahí.
Aunque esté pisando hojas secas y amarillas también estoy pisando envoltorios de confites y más allá hay botellas de cerveza y otras partículas de des-hechos humanos y mundanos merodeando por las brisas del otoño.
No quiero fumar hoy porque no tengo ganas, la verdad. Tampoco quiero caminar a mi casa porque me da flojera y tengo sueño. Quiero seguir actuando como un reptil y seguir bajo el calor del sol. Hoy no quiero hacer parar la micro en el mismo lugar y esperar a que toda la gente, que va a almorzar a la misma hora que yo, se suba y todos apretados y el olor a humano y la violada proxémica.
Hoy me compré un buen libro usado donde la viejita que tiene esa librería oscura en medio de la nada, en medio de la inmundicia de esa calle que me carga, pero su librería es bonita y los libros están apilados y polvorientos. Tengo ganas de echarle una leída sentada en las banquitas de la plaza porque ya es la época en que las hojas se desprenden y tiñen el piso de pecas amarillas y el sol también es amarillo y el cielo. Todo es en sepia y tiene olor a viejo que es nuevo cada año.

R-E-I-N-V-E-N-T-A-R-S-E.

Todo es igual, pero no todo da lo mismo.
Se me perdió la novela que estaba escribiendo, pero de todos modos era una mierda, así que no debería importarme. Una contribución más a los recuerdos que últimamente son como un monstruo en el ropero: abro un compartimiento y salen a meterme miedo en masa, no. Chao con eso.
Pero vale la pena volverse a casa y mirar ese sol que me pega directo en la cara y que no me deja ver, pero que llena de calorcito a mis huesos fríos por la mañana.
-Hola, mai lob -aquí van de nuevo estos viejos de mierda de la botillería y los locos que se la pasan el año entero arreglando el mismo camión.
Hoy no tengo ganas de responder.
El señor de la silla de ruedas está tomando el sol de la mañana y me pregunto siempre en qué pensará tanto, siempre está mirando a los árboles y se ve satisfecho, es como si sus pies corrieran en otros senderos de la mente o del recuerdo. Yo también quiero mirar por la ventana o desde la reja cuando tenga más edad y recordar cuando los frutos estén maduros y pueda sentir el sabor de todas las estaciones en la boca, pero ahora no, son demasiados los sabores como para quedarse sin un sabor agrio.
Y antes de abrir la puerta de mi casa: una calle fea y sucia, el pasto está ralo, seco y pisoteado y los perros vagabundean por la calle. Ahí está ese perro blanco que nunca sé si está muerto o durmiendo. Los árboles podados destiñen todavía más este lugar, los viejos en sus ventanas, las remembranzas y más abajo ese cine circular como un huevo de plata en un chiquero, el casino y los autos BMW en sus casitas iguales con pasto verde afuera y niños que corretean. Aquí ya no corretean los niños. La autopista que nos separa: aquí todos terminan, allá todos recién comienzan, también un lugar sin límites.


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