viernes, 12 de marzo de 2010

En el tendedero la ropa juega a columpiarse. Aunque el frío se avecina y se agolpa bajo mi carne, la ventana sigue ahí, abierta, dando la bienvenida a los fantasmas de un viaje anterior.
No conozco pesadillas, no conozco a la tierra rota, no conozco mi cama ni a mis libros.
Nada más las palabritas en una pantalla pequeña, amarradas -quisiera pensar- por la distancia y las balas verbales. Mi amor, aún con una pistola apuntando a tu cabeza te sigo adorando.
Probablemente debes saber.
Cuento de uno a cien, cuento las vibraciones de tu voz, los graves, los agudos, el degradé castaño de tu pelo, las curvas peligrosas que manejan mis dedos en los huesos de tus hombros, la vena tibia que expulsa tu perfume en cada palpitación.
No quiero salir porque no necesito gastar mis zapatillas para encontrarte. Quizás cuando vuelva a esa vieja ciudad derrumbada, mis pies me lleven solos hacia donde te he visto. Quizás mis temores me llevarán solos a tomarte de las manos antes de que tu mirada se entretenga en otras galaxias.
Cariño, es que te sigo adorando y es entonces seguirte, cuando puedo seguir la mitad de tu mirada, secreta por la noche, cuando puedo escuchar la mitad de tus susurros y completar lo que quieres decir, cuando puedo evocar la mitad de tus besos y buscar ahora tu respiración, tus labios, las piezas perdidas de lo que eres.

No hay comentarios: